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El Muerto

El viejo Abel esta por morirse. De eso están seguros los familiares que lo observan resignados alrededor de su camilla. José, el mayor de ellos no puede evitar un poco de desprecio en su mirada y con esa silenciosa expresión se cobra años de frustración, sabe que su padre tuvo una vida tan miserable como él pero eso no cambia el sencillo hecho de que él queda en la misma puerca vida mientras observa la partida del viejo chocho y moribundo.
Los otros están mas desesperados, Ana perderá la mercadería que le daba el gobierno a su padre todos los meses, sus hijos comen de allí y le será muy difícil superar esa crisis. Juan perderá la casa porque está visto que sus hermanos están decididos a venderla o alquilarla pronto para conseguir algún dinero. Hosco y callado Juan se retira hacia el aserradero.
Hay un cuarto hijo pero ha de estar tirado en alguna calle borracho y de todas maneras la familia hace años que no lo nombra.

José también se va discretamente porque debe empezar los trámites para que el municipio colabore con lo básico para el velorio... café y algo de dinero en efectivo para las flores y las bebidas que consumirán quienes sostengan la ceremonia durante la noche. Se siente aliviado de poder alejarse porque no está de humor para su cuñada y sus sobrinos que han de llegar de un momento a otro. Cada vez que ve un delantal blanco se escabulle por algún corredor y a pesar de perderse varias veces sale del hospital alegre por haber evitado a los doctores.
Ana queda sentada esperando la llegada del final y en esa momentánea soledad se tranquiliza, se reconcilia también y por ultimo sonríe imperceptiblemente a la miseria que habiéndola cercado completamente ya es como una amiga. En ese mismo instante se sobresalta hasta saltar de su silla: su padre ha abierto los ojos con inesperada vitalidad y enderezándose en su cama habla a los gritos.
-¡Ya no se preocupen hijos! ¡Ayer me llego la plata del juicio!- mientras dice esto observa fijamente a diferentes puntos de la habitación donde ve a sus hijos reunidos y tristes rodeando la hermosa cama matrimonial de madera labrada.
-¡Por fin me llego la plata!- repite mientras los ve encenderse de alegría, sabe que la pobreza hizo mucho daño y que el dinero no curara del alcoholismo a Juan ni hará que Ana recupere al vago de su marido. No, el dinero solo puede traerles un mañana, podrán salir a la calle sintiendo el orgullo de poder planificar sus propias vidas, se sentirán gente nuevamente.
-¡Escondí el dinero abajo de la cama!- exclama el viejo mientras su boca desdentada y babeante sonríe con picardía -¡Me pase ayer todo el día contándolo pero ahí está todo, miren!- El viejo sigue hablando pero sus ojos extraviados se ponen mas turbios con cada exalacion, se agacha para sacar algo de abajo de la cama, luego se enderieza y levanta los brazos con los puños llenos de billetes que forman una momentánea nube en la cama hasta desparramarse sobre la cama y en el suelo.
Asi, como un árbol seco, Abel muere con los brazos extendidos y los puños apretando celosa y triunfalmente el aire.
Ana, pasmada, ni siquiera llora. Con el doloroso frio que deja la desilusión sale apresuradamente a buscar una enfermera que prepare el cuerpo que aun convulsiona levemente. Sonriente le pedirá que barra bien bajo de la cama, allí está lleno de telarañas.
(Escrito en de junio de 2010)

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