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Tres Versiones y Tres Tiempos de Ella



Versión 1 (En la frontera):

A principios del siglo XX Bermejo no figuraba en ningún mapa. Pertenecía, es cierto, a una nebulosa región del país que inspiraba esperanza en todos aquellos que no podían figurarse el destino en regiones más “civilizadas”. Estos hombres generalmente llegaban a pisar su suelo sin más equipaje que el vulgar valor y perdían rápidamente el recuerdo del pedazo de papel que definía la patria. Simplemente, se acostumbraban a luchar solitariamente para sostener diariamente su vida en la frontera.
Con los inmigrantes Bermejo perdió rápidamente su forma original y, aunque tardaría décadas en transformarse en una telaraña reconcentrada, sus habitantes ya empezaban a pensarla en esos términos. Tan perdidos en sus esperanzas como los condenados del purgatorio.
En algún momento de la oscura década de 1930 estallaron las grandes tormentas. Tras varias semanas de agua el solitario cementerio del pueblo sencillamente reventó. Daba pena ver como los vecinos viejos se acercaban a él sin velas ni flores sino armados con palas y picos para devolver el polvo al polvo. Nunca se supo quién la encontró en medio del desorden de tablones podridos y huesos marrones, solo podríamos recordar o imaginar a una turba barrosa transportando en andas el cuerpo de una joven muchacha hasta la iglesia.
Un cuerpo incorrupto era según los valores de esa gente –evidentemente- milagroso. Una joven de largos cabellos que dormía pálidamente desde quien sabe cuántos años. No se pudo averiguar cuando había sido enterrada pues las tumbas más viejas habían perdido toda identificación muchos años antes del desastre producido por el agua. El cadáver solo tenía una cadena en su cuello con tres dijes con letras grabadas en ellos. La cadena, sin embargo, se había cortado y los vecinos debieron discutir largamente el nombre de su recién descubierta santa sin llegar a un acuerdo definitivo.
Eva fue colocada rápidamente en una urna de vidrio en medio de la polvorienta parroquia y su cura debió soportar que la iglesia se transformase en una romería abierta a toda hora a la visita de promesantes. A pesar de que trato de objetar la pagana idolatría no hubo quien lo escuche. Ni su silencio hosco ni los posteriores reproches durante los sermones desiertos fueron atendidos. A pocas semanas del descubrimiento las lluvias habían cesado y el buen clima fue atribuido al poder milagroso del cadáver. Pronto empezaron a acercarse al pueblo gauchos de parajes vecinos a presentar sus respetos y solicitar favores a la Santa.
La Forestal se negó a los pedidos del curita de llamar a las tropas del cuartel para desalojar la chusma y su cadáver de la iglesia. Los administradores temían posibles huelgas de los peones en protesta y consideraban que los paisanos se amansarían con la influencia de la fe. Sus cartas al obispado lejano ni siquiera fueron respondidas, sin embargo un enviado de la diócesis que visito informalmente el cerro trato de minimizar el tema. Bermejo no tenía más accesos que el rio y llevaría tiempo que la nueva devoción sortease el laberinto de senderos solitarios que rodeaba el pequeño pueblo. Por otra parte, a pesar de los esfuerzos del hombre del obispado nadie pudo decir nada sobre las virtudes en vida de la discutible Santa. Paciente, la Iglesia esperaría a que se acumulasen milagros que definiesen la condición del cuerpo.
Tan harto como acorralado el cura decidió dirigirse personalmente al cuartel. Acordó con el coronel un incidente que sería achacado a los anarquistas que sobrevivían ocultos en los senderos alimentándose del pillaje y convenciendo a la revuelta quien sabe con qué argumentos a los indios y gauchos que servían a La Forestal. Así planificado, el incendio de la parroquia se desato bajo la oscuridad de la noche. La muerta debía desaparecer esta vez definitivamente y ser olvidada rápidamente antes que su fama la estableciese como un mito popular.
Al llegar la noche indicada el fuego consumió las maderas de la iglesia, los vecinos salieron rápidamente acarreando los tachos y vasijas con la valiosa agua que guardaban para su vida cotidiana. A pesar de sus esfuerzos no pudieron evitar que un camión militar huyese rápidamente del lugar. En su interior el cura llevaba el cuerpo para devolverlo a tierra consagrada en algún paraje anónimo. Para su desgracia, cuentan que cuando bajo del vehículo junto con los soldados a un almacén para beber un trago, un gaucho borracho que recordaba o inventaba viejas batallas lo mato de un machetazo certero. 

Versión 2 (Antiguo pacto):

Yo, nietos míos, la conocí. No es necesario que insistan, les contare nuevamente esta noche los desvaríos en que queda entrampada irremediablemente el alma humana cuando nace a la conciencia sin más hogar que la curiosidad liberada.
Bea era hija de bandoleros, yo servía a su familia desde hacía años. De mi propia familia no quedaban más que recuerdos así como de mi dialecto tribal. Vi con desconfianza como el tío de la joven se atrevió a adentrarse repetidas ocasiones en la ciudad para obtener los libros que la alimentaban.
A ella no le habían bastado las estampas religiosas ni las otras infantiles historias propias de los blancos. Tampoco las hazañas que cantaban los suyos, los relatos de los robos a las caravanas de los muleros pronto la aburrieron. A esa mente exigente pude yo entretenerla durante un tiempo enseñándole las leyes del monte, el respeto a los poderes que habitan sus plantas y animales y quizás allí haya gestado la extravagancia que maduró en su espíritu díscolo.
Sacando balance de la vida de su gente, de los amplios horizontes de la inteligencia humana y del infinito monte que la rodeaba, se obsesiono por la idea de la libertad y deseó obtener para si ese bien, escaso sobre todo para las mujeres. Fiel al oficio familiar decidió robarla como lo hubiese hecho con cualquier otra mercancía.
Así es que, y sepan que su abuela no les miente, decidió engañar al diablo. Pedirle a cambio de su alma la libertad. Pacto imposible ya que estaba reclamando el uso de lo que sacrificaba. Las lecturas la habían vuelto audaz y, segura del buen resultado de su estafa perfecta, diseño el contrato. Escribió con su propia sangre en un imaginario papel y así fue rápidamente languideciendo enferma de una hemorragia que la durmió primero y la depositó más tarde en una tumba del cementerio del perdido campamento en el cerro que hoy conocemos como pueblo de Bermejo.
Bea, niños míos acabo caminando a través de los senderos del infierno sin ser consciente de ello. Su privilegio consistió en que para ella todo se trató de un sueño, definitivo, eterno, pero solo un sueño.
Nietos, respóndanme o al menos pregúntense a ustedes mismos: ¿Es que acaso hay más libertad que la muerte? ¿Dónde más podría una mujer obtener el libre disfrute de su espíritu?
Es en el largo sueño donde abre las alas el alma de los hombres y más aún, la libertad es el único bien de las sombras sin conciencia ni memoria que pueblan la noche más larga.
El diablo es, en esencia, justo, niños. Ya lo verán conforme crezcan y sufran, el dolor en el mundo ingreso con su justicia y la ley de los hombres es solo una imperfecta pantomima o un eco constante de las determinaciones del travieso. Ahora, ya es tarde y debieran ustedes también descansar y soñar nuestras tierras y nuestra libertad.

Versión 3 (La mujer perdida):


Existe una leyenda que cobra peso sólidamente conforme pasan los años y es básicamente una nueva versión del mito de las sirenas que perdían a los navegantes hace siglos. Hay una mujer sin nombre ni pasado, algunos la nombran con el nombre de algún pájaro; pero en otras versiones se la relaciona por su rostro o por alguna otra razón, como puede ser una aparición, con un ave. Este es el punto que la emparenta -creo- con las sirenas, al menos en la versión griega del mito.
Esta mujer es una prostituta ya no muy joven, intemporal como un tótem, que se vende a sí misma en las rutas, los conductores la llevan consigo y, luego de tener sexo ella pide que le den un recuerdo como pago. Les explica con ojos inocentes contrastando en su rostro de antigua piedra que no tiene recuerdos, no sabe su nombre, tampoco tiene idea de cómo llego allí ni desde cuando vaga por las rutas, no cree tener ya hogar en ningún lugar por pequeño u olvidado que sea. Intenta, oyendo alguna historia -no importa si se trata de una anécdota, sueño o cuento escuchado alguna vez por sus casuales hombres- llenar su espíritu con recuerdos como quien siembra un páramo.
La mujer recibe la historia en silencio mientras los hombres ven conforme narran como su rostro se llena de emociones y sentimientos como si volviese a dibujarse desde la nada. Ella agradece luego y se despide. Los hombres que replicaron por una noche el viejo rol de Scherezada sienten también su alma llenarse de una cálida sensación que después definen como libertad, amplios horizontes se abren en su interior luego de alimentar con sus recuerdos a esta mujer-ave que desaparece en los caminos solitarios orientándose absurdamente en la nada.
Ella es una personificación de la libertad. Carece de recuerdos y en eso consiste su desolada libertad de náufrago. Reconstruye su mente como quien forma una biblioteca coleccionando las ficciones de autores accidentales que disfrutan gracias a ella de la chispa de la creación y quizás se contagian un poco de su libertad. Nadie podría decir desde hace cuánto vaga o si alguna vez hallara su hogar al bajar de un camión en algún pueblo remoto.
Yo he decidido -aun tomando en cuenta la posibilidad de que este mito y yo al narrarlo seamos solo un episodio del largo sueño o pesadilla final de aquella niña que decidió engañar al diablo- culminar mi afán documentador saliendo a buscarla a través de rutas y caminos para perderme también y merecer así hallarla algún día y recibir el premio casual de encontrarme liberado en el pozo laberintico de sus oídos infinitos.

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